sábado

                                                                                                                      photo: Carla Pérez Vas 
Quiero que en mi casa siempre haya girasoles,
que haya siempre sitio para tu guitarra, y que
mientras tú pintes yo pueda escribir.


miércoles

Una mosca "vestida de Balenciaga" atraída por el azúcar de dátil de su bigote.

Una mosca "vestida de Balenciaga" atraída por el azúcar de dátil de su bigote. 
Súbitamente abrí los ojos, alguien tiraba tan fuerte de mi brazo que creía que me lo iba a arrancar. Yo corría hacia atrás, no me había dando tiempo de girarme aun y, por aquella calle adoquinada mis pies tropezaban  prontos a torcerse y a hacerme caer. Pero aquella mano me sostenía y con el trote evitaba mi batacazo. 
Íbamos tan rápido que mis ojos no acertaban a ver nada más que gentes distorsionadas con vestidos blancos. Conseguí darme la vuelta durante una breve pausa. En aquel momento advertí que las personas que me rodeaban eran de otra época, no sólo ellos, incluso las calles, el aire, yo misma era de otros años. 
Sorprendida, seguí con los ojos aquel brazo que me sujetaba ya como una prolongación de mi. ¿Porqué me sonaba tanto aquella nuca? Su ropa, su pelo, su piel olivácea. Entonces, en un par de instantes que parecían transcurrir a cámara lenta, mi siamés se giró para mostrarme su cara. 
Aquel tímido bigote todavía joven, aquellos grandes ojos de mirada caída. Salvador Dalí me estaba arrastrando, corriendo conmigo entre cientos de personas vestidas inmaculadamente de blanco, de domingo por la mañana. No me hacia falta buscar un porque, con Salvador Dalí no hay razones. 
Empezaba a divertirme chocando con esa gente tan seria, riéndome entre esa multitud cada vez más densa, entre sus sombreros y bolsos, de la mano de Salvador. En aquel traqueteo de risas y surrealismo, me desperté.  
No me dijo ni una palabra, pero me quedó bastante claro lo que quería decirme. 
Sueños que no tienen precio.